Durante mi último viaje he tenido la oportunidad de visitar una de las ciudades que más me han impactado: Bolonia, capital de la región de Emilia-Romagna, en el norte de Italia. He de decir que no esperaba que me sorprendiera tanto: la verdad es que me dejó muy asombrada y con muchísimas ganas de volver.
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Bolonia, fundada por los etruscos bajo el nombre de Felsina es famosa por contar con la Universidad más antigua de Occidente, fundada en el año 1088. La ciudad gozó de su mayor momento de esplendor durante el período comunal (siglos XI-XIV), y de esta época conserva su casco histórico medieval, el segundo más grande de Europa después de su vecina Venecia.
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La estación de ferrocarril es la más transitada de Europa: desde ésta, y caminando por la ancha Vía dell'Independenza, rodeada por sus amplios soportales y elegantes palacios, llegamos hasta la impresionante Piazza Maggiore, donde nos adentramos en el medievo en estado puro. La plaza, en la que se encuentran el Palacio del Podestá, el Palacio de los Bancos y el Palacio de los Notarios nos hace entrar de lleno en épocas anteriores: si no fuera por la inmensa cantidad de turistas y estudiantes que llenan esta plaza, podríamos pensar que hemos viajado en el tiempo y estamos en el momento álgido de la ciudad. Las arquitecturas de los palacios, muy distintas a las típicas construcciones típicamente italianas de la Toscana, recuerdan a los modelos del este de Europa. Personalmente, al ver las fachadas de los edificios comunales lo primero que vino a mi mente fue el Palacio de los Dogos de Venecia, con inspiración claramente oriental y bizantina. Las torres de los palacios evocan los recuerdos del Palazzo Vecchio de Florencia: la tradición oriental y occidental se dan la mano en Bolonia.
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La impresionante Basílica de San Petronio cierra uno de los lados de la gran Piazza Maggiore de Bolonia: proyectada en 1390 por Antonio de Vicenza, no terminó de construirse hasta el siglo XVII, y se trata de la quinta iglesia más grande del mundo, aunque en un inicio fue pensada para ser incluso más grande que la basílica de San Pedro de Roma. El interior es gótico, y en el exterior podemos disfrutar de la decoración del portal central, diseñada en clave renacentista por Jacopo della Quercia.
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Siguiendo la curva que describe la Vía Luigi Carlo Farini, que me recordó mucho (salvando las distancias) a la que realiza Regent Street en Londres, llegamos al complejo de Santo Stefano, también llamado De las siete iglesias, un grupo de iglesias y capillas unidas por un patio y un claustro. La parte más antigua fue construida en el siglo VII sobre un templo pagano dedicado ala diosa Isis, la deidad femenina por excelencia. Las características del románico lombardo, como la galería de arquillos ciegos en la parte superior de los muros, decoran esta magnífica construcción.
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Me gustaría destacar el perfecto estado de conservación de las zonas más antiguas de la ciudad: pocas veces había visto un casco medieval de estas características con los negocios modernos tan bien integrados en el mismo. El contraste entre los antiguos pórticos, y las tiendas de lujo que cobijan en lugares como la Vía Cavour se convierte en una transición muy bien llevada, de forma que no se pierde el encanto.
Sólo pude pasar allí medio día, ¡así que habrá que volver para poder disfrutar de Bolonia un poco más!